El MONT BLANC, con sus 4.810 metros de altura, es la montaña más alta de los Alpes y de Europa Occidental. El llegar a su cumbre es uno de los sueños de cualquier montañero, una cumbre mítica para aficionados y alpinistas profesionales.
En el mes de Agosto de 2012, partimos desde Crevillent hacia Chamonix, después de meses de planificación, reservas y días de preparar el pesado equipaje, compuesto por todo el equipamiento que requiere esta escalada, el material de camping y las provisiones. Llegamos a nuestro destino, el Camping de la Mer de Glace doce horas mas tarde.
Aclimatamos en l’Aiguille du Midi (3.842 m.), la más alta de las agujas de Chamonix, necesario para que nuestro cuerpo se acostumbre a la falta de oxígeno. Ascendemos a ella en el teleférico que la une esta cumbre con Chamonix. Desde l’Aiguille du Midi, descendemos a través del túnel de hielo por su arista. Tres cordadas, yo el primero de las tres… ¿por qué yo? La arista muy fina, voy dando pasos lentos y cortos pero seguros, asegurándolos a la vez con el piolet.
Nos cruzamos con un grupo que ascendía y que ayudaba a una señora que progresaba por la huella de la arista “a gatas”, sin crampones y sin equipación, una total inconsciencia que le podría haber costado la vida. Una vez en el valle blanco, realizamos prácticas de aseguramiento, para rescate en grietas.
La tarde previa al comienzo de la ascensión estaba algo nervioso y agitado en el camping, preparando toda la equipación, pendiente de que no se me olvidase nada y sobre todo preocupado porque no sabía si iba a ser capaz de superar el reto que se me presentaba. Para contribuir al nerviosismo, estuvo toda la noche lloviendo sobre el valle de Chamonix, golpeando durante toda la noche las lonas de las tiendas de campaña, por lo que nadie del grupo pudimos dormir a gusto.
El 16 de Agosto a las 8 de la mañana, los cuatro compañeros dispuestos a afrontar este reto, tomamos el telecabina de Les Houches, que nos llevó entre la niebla predominante esa mañana hasta la Bellevue (1.800 m.), desde donde tomamos el tren cremallera. Este no nos deja como es costumbre en la estación de Nid d’Aigle (2.372 m.), sino unos 400 metros de desnivel mas abajo, ya que la vía estaba en obras mas arriba.
Comenzamos a caminar por la vía, junto a glaciares y verdes montañas, la cumbre del Mont Blanc ni si quiera se veía, tampoco se veía nuestro destino para esa noche, el Refugio de Goûter.
Serpenteando una rocosa y árida senda de morrena llegamos hasta el Glaciar del Tête Rousse (3.167m.), donde se encuentra el refugio que lleva el mismo nombre. Encontramos una gran zona de glaciar acordonada por las autoridades, puesto que se habían producido grandes desprendimientos y hundimientos en el hielo hacía pocos días.
Desde nuestra posición, observamos por fin (pero a mucha distancia todavía) el Refugio de Goûter. Continuamos la ascensión, esta vez un poco mas delicada y vertical, la senda se ha convertido en crestas de roca.
Llegamos a la zona conocida comúnmente como “la bolera”, (donde nosotros somos los bolos), zona que debemos atravesar rápidamente y con la mayor de las precauciones a causa de la constante caída de rocas que se desprenden y caen a gran velocidad por este canal o embudo, con el peligro de que una de ellas te lleve por delante.
Tras un último tramo de arista rocosa equipada con cable de acero, al fin, llegamos al Refugio de Goûter (3.817 m.). A su izquierda observamos el nuevo refugio (aun sin inaugurar en esas fechas) que parece una nave espacial. Una construcción vanguardista con todas las comodidades, nunca vistas hasta ahora en alta montaña. Nosotros de momento nos conformaríamos con dormir en el genuino y humilde.
Una llamada a la familia (padres, hermana, novia, que ese día se encontraban reunidos esperando noticias nuestras) para decir que me encontraba bien, casi no pude articular palabra por la emoción que me provocaba el hecho de haber llegado simplemente a medio camino, por estar hablando con ellos apoyado en la barandilla de hierro del Refugio de Goûter que tantas veces había visto en televisión o en fotografías, con un barranco a mis pies de 1.000 metros de caída y ante mis ojos una puesta de sol majestuosa, entre glaciares y picos de 4.000 metros.
El olor en la zona de entrada al refugio, donde cada montañero deja sus botas y enseres, es muy “peculiar” pero aún peor es el olor en los aseos del refugio. Aunque nada de esto nos molesta, la mayoría de los que estamos allí estamos cumpliendo un sueño.
Cenamos y a las 19:30 horas estamos en las literas intentando descansar. Porque dormir, dormir… no se duerme. Los nervios al pensar que en unas horas intentaremos llegar a cumbre, el cansancio, la luz del sol que entra por la ventana, el murmullo de la gente hablando en el exterior y los ronquidos como motos de alguien que si consigue dormir… pero no, el resto tan solo descansamos con los ojos cerrados.
Son las 2 de la madrugada del día 17 de Agosto. Nos levantamos e intentamos “desayunar” algo, lo que el cuerpo permite o le obligamos a ingerir. Cualquier cosa que tomemos luego se convertirá en energía ahí afuera.
Salimos al exterior, mucho frío. La mayoría de cordadas han salido ya, vemos los frontales de todas ellas como una serpiente de luz. Tras encordarnos, lentamente comenzamos la ascensión, zigzagueando hasta el Dome de Goûter (4.304 m.). Donde sopla un viento que hace que se hielen la cara y las manos que están cubiertas por dos pares de guantes. No pudimos evitar acordarnos de la pareja fallecida congelada en este mismo punto hacía dos semanas.
Seguimos ascendiendo, todo está helado, la nieve está muy dura hasta el Refugio Vallot (4.362 m.). No entramos en este refugio de emergencia, decidimos tan solo parar para hidratarnos y continuamos ascendiendo. Comienzan a vislumbrarse las primeras luces del día.
Sale el sol, estamos en la Arista des Bosses, a mi derecha la sombra cónica del Mont Blanc cubre una inmensa zona de los valles. La huella se estrecha, las pendientes aumentan, todo se vuelve peligroso. El piolet en una mano y el bastón en la otra nos equilibran, debemos extremar la precaución.
La respiración se vuelve más intensa, no jugamos con el mismo oxígeno que con el que estamos acostumbrados, los pasos se hacen más cortos y lentos. Unas palabras de ánimo y de aliento de mi compañero de cordada (Torremocha), y lentamente, paso a paso estamos llegando a la CUMBRE DEL MONT BLANC (4.810 m). Donde desde hace unos 15 minutos han llegado los compañeros de la otra cordada, Esther y José Luis.
Cuando por fin estas arriba, después de tantas horas de agotamiento físico, frío y el riesgo de dar un mal paso en las aristas, todas esas cosas se olvidan al contemplar tan magnifico panorama. Te vienen a la mente las personas que quieres y que te quieren. Que de alguna forma sufren por esta afición pero que tienen la misma ilusión que yo por verme en la cumbre. Te liberas de los malos momentos vividos en la vida cotidiana y piensas cual será la próxima cumbre.
Un abrazo emocionados y unas fotografías con el escudo de nuestro club, el Club de Montaña Acclivis. Sin olvidamos de que nos quedaba lo más importante, el volver de nuevo abajo sanos y salvos. Para mí y para Esther es la primera vez que ascendemos a esta cumbre, para José Luis la tercera ocasión y para Torremocha ¡ya van siete veces! No tengo más que palabras de agradecimiento hacia él, por todo lo que me ha enseñado durante los últimos años y el haberme traído hasta aquí arriba.
Nos vemos en la montaña.
Roberto Noguera.