En un reciente encuentro con mi amigo Romualdo Doménech (12-05), salieron en conversación las muchas escaladas que hemos compartido a lo largo de las casi tres décadas que nos conocemos. A pesar de no haber salido juntos desde hace años, aún tengo muy presente los “13 de Agosto” de cada año. Para ello me tengo que remontar a las “aventuras del abuelo Cebolleta”, como diría mi compañera Bárbara.
Para los que no sean de Elx, les diré que ese día se celebra la conocida Nit de l’Albà ( Noche la Alborada), en la que se tiran toda clase de petardos, cohetes y cualquier artilugio que pueda hacer ruido o molestar al vecino. Como ninguno de los dos éramos asiduos de estas fiestas, en cuanto llegaban los días “señalados” cogíamos la mochila y nos íbamos a escalar durante dos días: el 13 y 14. Así empezamos en el 75 en la cara Oeste del Campana, cuando aún no se habían abierto las vías de la Sur y sólo se conocían 5 ó 6 rutas en todo el macizo.
Las salidas desde Elche en autobús, coger otro en Alicante y subir hasta Finestrat, cargados a tope, hasta llegar a la Oeste con 40 grados del mes de agosto, eran memorables. Luego había que subir con el saco, algo muy impensable para el escalador actual.
La soledad de la Oeste del Campana era única, no se veía a nadie, ni siquiera gente subir a la cumbre (hoy llamados senderistas). Después de todo, los horarios de estas ascensiones eran de pocas horas (5). Todo ello con CLETAS (aún no teníamos pies de gato), clavos, maza y pocos fisureros. En el 76 nos tocaba El Ponoig, La Valencianos del Ponoig, una pared que recibe el sol desde primera hora. Entonces la bajada se hacía desde la cumbre, lo que suponía un descenso que superaba las 2 horas después de acabar la ruta.
El calor está presente en cada palmo de la pared. Así que otra vez cargados con un arsenal de clavos superamos los largos centrales, acabando la ruta a mediodía. Esta vía ya la había escalado al año anterior, también es estas fechas, y pasamos mucha sed. Por ello, Romulado tenía “amagadas” varias botellas en el trayecto de bajada, puestas una semana antes, en un alarde de buena previsión. Y bien qué nos vino esta agua cuando eran las 3 de la tarde de aquel año.
En el año 77 me propone Romualdo una vía del Peñón, que se llama Miguel Gómez, que según le han dicho es la más difícil de la provincia, y poca gente ha subido por su reciente su apertura. Esta vez andamos poco porque el autobús te deja en Calpe, y la aproximación es mínima, si la comparamos con el Puig y el Ponoig. Pronto observo la dificultad de la ruta y en el L1 ya aparece algún paso de VI. Enseguida sube Romualdo y tras una fisura (hoy 6a) alcanza la R2, empiezo el L3 (6c actual): una travesía y un muro difícil que requiere meter clavos (entonces no había nada). Al acabar los dos este tramo observamos que en la mochila sólo llevamos medio litro de agua. Se había quedado abajo: ningún reproche mutuo y a seguir. Pocas veces hemos pasado tanta sed en esta pared.
Los últimos largos desplomados transcurren entre pasos difíciles en libre y algún tramo en estribos, que nos vemos obligados a utilizar al no haber nada puesto. La llegada a la cima después de un desplome (6b), la recuerdo entre la emoción que supone una gran escalada y la necesidad imperiosa de bajar a beber en algún bar cercano. Como anécdota, recuerdo las felicitaciones de varios escaladores extranjeros y nacionales que habían seguido la escalada desde su inicio. Aún nos tocó recoger los sacos y demás material situado a pie de pared antes de “emborracharnos de agua”. Debimos beber 3 ó 4 litros cada uno en aquel bar. Creo recordar que perdí unos 4 kgs.
La llegada a Elx en autobús, a última hora de aquel día, supuso un pequeño disgusto, al menos para mi compañero, porque al contarles la vía a nuestros amigos alguien ya le dijo que en esa pared había otra “más difícil”. Prefiero no decir nombres, pero es la última cosa que yo le diría a un compañero cuando acaba de conseguir una de las escaladas más sensacionales de la época. Pero el tiempo pone a cada uno en su lugar y los que hicieron aquellos comentarios nunca llegaron a escalar ninguna vía de estas paredes.
El siguiente verano compartimos viaje hacia un viejo conocido: El Naranjo de Bulnes y su cara Oeste, pero esa ya es otra historia, tanto por el clima como por la envergadura de la pared situada en alta montaña. Aquellos fueron años inolvidables, en los que se alcanzaron varios hitos importantes a nivel personal, pudiendo decir que eran el paso previo y necesario para afrontar otras paredes, pero ya con mejor material.
De aquellas aventuras poco documento gráfico tenemos, porque nadie llevaba la cámara de fotos, una verdadera lástima teniendo en cuenta la categoría de las escaladas y los años irrepetibles, antecedentes del alpinismo moderno.
Son recuerdos únicos en paredes mágicas, al menos para nosotros que sólo pudimos compartir dos jóvenes aventureros/escaladores de Elx a mediados de los 70, pero que tienen su valor cuando comparo el material actual con el que escalo ahora cada semana. Sin duda, aún quedan nuevos retos para disfrutar de la amistad y de esos magníficos friends, pies de gato, buenas cintas, etc….
Dedicado a quienes compartimos aquellos años, especialmente a Romualdo Doménech.